domingo, 4 de septiembre de 2016

Conciencia entre muros.

La misma idea flotaba en todas las costas del aire. Las noticias afirmaban el mundo en decadencia, especificaban las acciones de los gobernantes y las implicaciones siempre negativas a la vida política del país. La television, la radio y redes sociales formulaban un juego de verdad y mentira, de preocupación y risas forzadas. No era posible ya desentenderse de las noticias para saber de los familiares y amigos, los temas entremezclados en el cinturón infinito del internet orillaban al desenfoque del pensamiento. 
La industria y la tecnología hacían despliegue de las mas novedosas artimañas para mostrar los últimos avances en la solución de problemas que, en realidad, a pocos le importan y solo culminaban en las platicas entre amigos como temas de conversación para darle la vuelta a la vida, para evitar la realidad propia.
Las cosas en la calle se desquiciaban cada vez mas, el trafico de la mañana, el tortuoso y largo camino al trabajo, el tiempo invertido en trasladarse para llegar a sentarse a la oficina. El mundo parecía seguir construyendo muros invisibles aun mas difíciles de sortear. Lo que se había convertido en destino, fue lo que en realidad nunca se planeo, o se tuvo en cuenta desde el principio. La vida se empezaba a vivir desde las fotografías, los gifs, los videos que reproducían aparatos móviles, diseminados a razón de uno por persona, en un lugar con millones de habitantes.

La vida temerosa se escondía en las esquinas mas obscuras, en los túneles subterráneos, en las miradas perdidas.
Ahi permanecía segura, y la otra vida, la cruel y despiadada, se afrontaba estúpidamente en likes, en trabajos de espionaje que formulaban ideas apócrifas de las personas en contacto. 

Ese infierno ha pasado ya, tuvo que venir el temblor y dejarnos ver como las paredes se caían a pedazos. 
Es verdad que nadie había sentido un temblor similar, la tierra se había vuelto cada vez mas rígida y eso parecía asegurarnos un futuro mas estable. 


Nadie hubiera esperado que un poema se pudiera sentir tan dentro del corazón, como para hacerlo temblar.